Fortuna de un periodo

 


Me giré hacia el lado derecho de la cama, pues llevaba mucho tiempo del lado opuesto. Sentí haber creado un hueco tan profundo como para que me sepultasen en él. Ahora, estar en lado intacto de la cama le produjo alivio a mi espalda. No obstante, al querer respirar profundamente, sentí una gran presencia sobre mi espalda desnuda. Alguien ahora había perpetrado la tumba que mi cuerpo había cavado.

En un inicio lo creí imposible, pues lo que único a lo que le daba la espalda era a la pared y al calendario que colgaba de ésta. Sin embargo, recordé de súbito que había dejado la puerta abierta; alguien pudo haber entrado. No: lo que sentía no podía ser una persona.

Abrí los ojos. La luz que daba la calle era de un color similar al magenta, un poco de ésta se había colado en mi habitación como un ave sedienta que después de haber volado, se acerca a la orilla del río a beber cuidadosamente. Aquella luz le dio un poco de vida a la escena, ésta me hizo darme cuenta de que era un sueño: el ventilador junto al televisor, giraba en la tercera velocidad de sus cuatro potencias cuando yo exclusivamente uso el primero.

La presencia comenzó a emanar una energía que se había encargado de petrificarme. Sentí cómo iba creciendo hasta llegar a la altura de mis hombros. Para mi suerte, el televisor me permitió ver, mediante su reflejo, de quién se trataba. Podría jurar que sus ojos ardían en rojo y brillaban de amarillo sus pupilas. Aquello sin duda guardaba una similitud con la máscara Tiki que había reposado junto a la puerta la noche anterior.

Por más que tratase de volverme hacia eso para tener una mejor visión de lo que me tenía a merced de sus conjuros, no conseguía nada. Me sentía inútil. Incluso mi voz se vio afectada ante el hechizo de aquella bestia nocturna. Cuando estuve por gritar, me pidió que me callase. Su voz estaba decibeles muy por debajo de lo normal, era parecido a un vinil puesto sobre el tocadiscos en la velocidad equivocada.

Enunciaba palabras de las cuales yo era incapaz de comprender. Lo tomé como una maldición de la cual no podía escapar. De hacerlo, ¿a dónde podría ir? De seguro posee la habilidad de aparecer en cualquier lugar de tan solo proponérselo.

Por esto, dejé que violase mi integridad del sueño. Gradualmente empecé a entender lo que decía aquella medusa de la oscuridad. Comprendí que lo que había estado diciendo era lo siguiente: Dentro de siete días, te quemaré hasta las entrañas. Dentro de siete arderás. En el séptimo día será. Mi cuerpo únicamente se permitía sudar frío y tensarse ante mi inútil esfuerzo por moverme y gritar. No en ese orden. Cerré los ojos y por primera vez en mucho tiempo, comencé a rezar lo único que me sabía: el padre nuestro.

Pensé en que si lo hacía rápido y muchas veces, se me cumpliría el deseo de quitar de mi espalda a lo que fuera que tuviese. Ya no lograba ver su rostro Tiki en el reflejo del televisor, únicamente sentía su mentón recargado sobre mi hombro y un frío vaho al hablar que penetraba en mis oídos. Me estremecí de la misma manera en la que mi hermana menor solía hacerme sentir, cuando descansaba sobre mí y dejaba salir burbujas de saliva que reventaban en mi cuello al instante de ser infladas.

En mi séptimo padre nuestro, aquella bestia iracunda dejó de profetizar la misma cantaleta, para advertir que por más que rezara, no serviría de nada, nada me podría salvar de este momento. Lloré. Sentí mis lágrimas acumulándose unos instantes para después escurrirse en zig-zag por mis mejillas, pasando primero por las cicatrices hechas justo donde mis largas pestañas tocan al parpadear.

Probé gritar por última vez, pues sentía uno a uno cómo los huesos de mi espalda se iban rompiendo por el gran peso que ésta recibía. Incluso en esta situación, me tomé mi tiempo para pensar en lo que iba a gritar. Mi nivel de concentración fue tal, que dejé de oír todo. Su charlatanería, las aspas girar velozmente y la corriente de aire que creaban éstas, el sonido palpitante de mi sien, mi saliva pasar, mi respiración.

Al cabo de un momento, logré emitir una especie de gemido que simulaba un grito, lo único que enuncié fue Aaa…aaa…hhh…Aaahhyyuu… con todo el esfuerzo concentrado en mi estómago, con todo el dolor y peso del mundo sobre mi espalda, hasta que finalmente desperté.

Mis hombros estaban demasiado tensos como para levantarme y mi corazón palpitaba como si hubiese corrido hasta el trabajo. Solté, con alivio, un gran suspiro que hizo desaparecer la tensión. Me volví hacia la pared para asegurarme que no había nadie detrás de mi: no lo había. Miré a la puerta y ésta estaba cerrada. Sonreí, pues se había marchado. Rodé para caer en el hueco que había hecho, pero éste había desaparecido. No obstante, sentí algo caliente: era sangre.


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